domingo, 26 de abril de 2009

Vecindario II

Menudos bichos son los cárabos (Strix aluco). El sábado, poco después de la puesta de sol, con un poco de luz aún, de repente escuchamos por la ventana de la cocina un alboroto de mirlos (Turdus merula) Como es normal que a esas horas se revuelvan, no hicimos mucho caso; pero después de un rato nos extrañó que no se callaran y nos asomamos. La Marymuy me acompañó; es una bióloga en potencia.

Un mirlo (creo que hembra)

Al salir al patio vimos a los mirlos justo encima de nosotras, que no se coscaron de nuestra presencia, y al mirar más atentamente, un cárabo adulto (presumiblemente el inquilino de mi aparcamiento) echó a volar desde encima de nosotras, mostrándonos su impresionante envergadura alar. Qué lástima que no tuviera la cámara en ese momento. Planeó media docena de metros hasta un álamo, acosado siempre por los irritantes mirlos. La Marymuy y yo nos acercamos con cuidado y espiamos escondidas en la esquina de la casa. Su cara, cuando vio al cárabo tan cerca, no tiene precio.


Esperamos hasta que los mirlos le volvieron a echar y nos escondimos entre las mimosas, a la espera de que volviera a pasar. Sabíamos siempre dónde estaba porque los mirlos le perseguían montando una algarabía. De pronto nos dimos cuenta de que estaba posado justo encima de nosotras. Entonces vino el Pelu maullando, aburrido y nos lo espantó.


Tuve un momento de iluminación y se me ocurrió que nos salimos al camino. Para entonces Mugen se había enterado y se acercó con nosotras. El cable de la luz es un posadero perfecto. Estuvimos un rato admirando al impresionante animal, sentados en el asfalto, rezando para que no pasaran coches que le asustaran.

En vista de que no se asustaba de nosotros, me acerqué a la casa a por los prismáticos. Cuando volví tuve tiempo de enfocarlo, pero ya se debía de haber aburrido de nosotros, porque justo tendí los prismáticos a la Marymuy para que lo viera cuando echó a volar y se perdió por las otras parcelas.La ley de Murfi ataca de nuevo.

El pollo (porque solo se ve uno) ya está bastante crecidito. A veces se le ve encaramado en el borde del nido, observándonos y bailando en círculos la cabeza de esa manera tan graciosa. Esta familia de cárabos está integrada en nuestras vidas de una manera casi espontánea, es casi como un vecino al que saludas cuando llegas a casa por la noche, porque suele estar allí, esperándote, mientras le da de cenar a su hijo, al que también se oye piar.

Los herrerillos (Parus caeruleus) ya salieron del nido, y una vez que lo hacen, no vuelven. Ahora revolotean por las encinas de alrededor de la casa, pidiéndole a sus padres de comer, o luchando a muerte con los gusanitos que empiezan a colgar de las encinas.

He visto a uno de ellos intentar una y otra vez cazar al gusano, y cuando se cae y decide que ya no puede más, agitar su alitas y piar llamando a papá y mamá para que le den de comer, y venir los padres y llenarle el buche con gusanitos.

Pollito de herrerillo

Hay otro nido, éste de curruca cabecinegra (Sylvia melanocephala), en el seto de la valla. Es increíble el tamaño tan pequeño que puede llegar a tener un nido (no tendrá más de 5 cm) y la cantidad de pollitos minúsculos que caben ahí.

Una cosa curiosa es que cuando te acercas al nido, la madre se tira a la tierra y aletea como si tuviera un ala rota, para que te despistes e intentes ir hacia ella, que te aleja, siempre sin dejarse cazar, de los alrededores del nido, mientras el padre te chista reprobatoriamente desde lo alto de una rama.

Macho de curruca cabecinegra
Mientras tanto, los mirlos rebuscan lombrices entre la tierra recién revuelta del huerto y cortan el aire con sus gritos de alarma en el animado vecindario.

Huevos de mirlo

Y unos días después, los pollitos de mirlo



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