miércoles, 22 de diciembre de 2010

HANA. Diario de una Histaminósica perdía. Restaurantes.



Al fin un atisbo de luz.

Desde que soy consciente de que tengo un problema con la comida, una de las cosas que más pánico me daba era salir a comer con los amigos, con mi familia, incluso con Mugen. No quería comer fuera de casa. Me ponía nerviosa incluso. Cuando no ha quedado más remedio, por ejemplo por temas de trabajo, (en la mini-gira de hace tres semanas, cuando estuvimos actuando por los pueblos con el COEX, que nos daban de comer en un restaurante) terminaba deprimida. En Zafra tuve que pedir tres veces la ensalada, las dos primeras llevaba trocitos diminutos de atún, como si se lo hubieran espulgado, y se negaron a reconocer que iba mezclado con la zanahoria y que se lo habían quitado a mano. Incluso, una camarera sabihonda me dijo que ella sabía mucho de eso, que su hijo también tenía alergias alimentarias:

-¿Pero es que no llevas el Polaramine encima?

Ha sido una de las reacciones que peor me han hecho sentir. ¿Por qué no te tiras de una ventana? Si las piernas rotas luego se curan... Dos meses de escayola y listo... ¡No te jode!

¿No es mejor evitar tener una crisis que tratarla, y ni si quiera se sabe si con éxito?

Entonces decidí echarme a la poca vergüenza y empecé a llevarme tapers con mi comida a estos sitios, o para comer en la Universidad. Pero es mucho trabajo, y a veces te miran mal en los bares... Por no hablar de los días que llegas casi a media noche, y tienes que prepararte algo para el día siguiente... Es un rollo, y no siempre te puedes llevar fuera lo que te toca en el menú, sobre todo si son platos calientes y no tienes a mano un micro.

Por todo esto, me había hecho a la idea de que se habían acabado las cenas sociales para mí. No volvería a comer fuera de casa con mis compis de departamento, o con la gente del coro, a salir de tapas, o a ir a comer con mi familia (con lo que nos gustaba salir a comer a Portugal... era casi una tradición). Porque comer arroz blanco con pollo (por muy rico que esté) no es lo mismo cuando todos comen lo mismo que cuando los demás se están zampando un plato de bacalao dorao o de espaguetis a la carbonara.

Cuando María, la chica que estaba organizando la cena de este año del COEX, me preguntó si iba, levanté la mano sin pensar. Hacía tiempo que no veía a mis compañeros y me apetecía ir, siempre nos lo pasamos genial. Luego, cuando me di cuenta de mi error, fui a hablar con María. Tras intercambiar emailes con la información reglamentaria de mi alergia y el menú que nos iban a preparar, para ver qué se podía hacer, decidimos que yo hablara personalmente con el cocinero por teléfono.

-Cocinero: ¿Y no puedes tomar entonces nada de eso? ¡Cuántas cosas! -reacción esperada-. ¡No puedes comer casi ná!
-Cota-k: No, nada de eso puede estar en mi menú. Si creee que es demasaido difícil, lo comprenderé, no se preocupe -yo ya tiraba por lo negativo-.
-Cocinero: ¿Entonces si te pongo un poco de lomo y de ibéricos?
-Cota-k:
No, lo siento, eso suele llevar lactosa.
-Cocinero: Bueno, pues ayúdame un poco... ¿De entrantes qué sueles tomar?
-Cota-k:
No suelo tomar nada... ¡ya no voy de tapas!
-Cocinero:
Bueno, tranquila. Ya encotnraremos algo.


Tras quince minutos de propuestas fallidas, conseguimos acordar un menú aceptable, especial y que valiese los 25 euros que me iba a cobrar:

-De entrantes, jamón ibérico, gambas y langostinos cocidos.
-De primero, un plato de boletus a la plancha con jamón ibérico.
-De segundo, secreto ibérico a la parrilla con acompañamiento de parrillada de verduras y setas.

Cocinero: Madre mía, qué cantidad de cosas no puedes tomar. ¡Ya tengo ganas de conocerte!
Cota-k: Ya, bueno, a mucha gente le sorprende, pero claro...
Cocinero: Bueno, no sólo por eso; también tienes una voz muy bonita...! (O_0)

Aun así, no iba muy convencida del resultado final... no es por nada, pero hasta ahora, nunca me han hecho caso a la hora de pedir la comida en un restaurante. Y no es muy difícil: si no puedo tomar ensalada con tomate, ¡tampoco lo puedo tomar en la parrillada!

En Egipto, hace un mes, tuve una discusión increíble con el encargado del Hotel Luna Sharm, en Sharm el Sheikh, porque cuando le dije que no iba a comer, me preguntó que por qué, y me aseguró que me traerían lo que yo pidiera. Le di una lista con los alimentos en inglés, y le dije lo más importante también de palabra. Puede ser que insistiera mucho en que no hubiera tomate, ni harina, ni queso en mi comida (el hombre se fue cuando le empecé a repetir lo que no podía comer, diciendo "yes, yes, ok, I know..." con cara de que estaba siendo demasiado pesada, e incluso mis amigos me dieron que podía ser que se hubiera molestado) pero el resultado final me dio la razón.

Me había quedado corta con las advertencias (y eso que muchas veces exagero un poco para que tengan en cuenta mis indicaciones, diciendo que si no me hacen caso, y como lo que no debo, puedo terminar en el hospital; en el Cairo tuve que hacer eso siempre, y creo que es una buena recomendación, incluso sin salir de España): Me trajeron un filete de pollo a la parrilla, con acompañamiento de verduras a la parrilla también. En principio, me fié y como no vi nada sospechoso, empecé a comer. Estaba delicioso. Pero cuando llevaba la mitad, descubrí un trocito rojo en mi filete. Pregunté al camarero al descubrir que había trocitos infinitesimales de tomate asado en mi comida (en la parrillada había más, es como si hubieran quitado el tomate después de que lo hubieran hecho) y me confirmó que, efectivamente, era tomate.

No sé lo que me entró cuando me lo dijo. Pero lo cierto es que fui capaz de echarle una bronca de muy señor mío con un cabreo que hasta mis amigos se asustaron. Y no sé cómo fui capaz de hacerlo todo en inglés, que es lo que más me sorprende, porque no controlo tanto. Pero en ese momento me di cuenta de que no me puedo fiar nada más de lo que yo compre y prepare.

Y a pesar de todo, el hombre me cobró el filete. >`_´< style="text-align: justify;">Pero volvamos a la cena del COEX. Al llegar al restaurante, el cocinero vino a buscarme, no tuve que ir a recordarle que había alguien con menú especial. Y ese fue el primer detalle que me gustó. Me consideró alguien a tener en cuenta, y no una estorbo que no hacía más que dar la vara (que era como me sentía cada vez que intentaba comer en algún sitio fuera de mi casa...). Vino a confirmar mi menú y los ingredientes que lo componían para ver si todo estaba en orden, y todos los camareros de la sala estaban informados. Además, cuando le pedí si me podía pasar un poco más el secreto, me trajeron una piedra volcánica caliente, para que me la hiciera a mi gusto (y de paso me asegurara de que estaba limpia y no había restos de otras cosas... como sí que podría haber en la plancha) Era la primera vez que me sentía bien tratada por tener mi alergia, y no un despojo, un incordio que no hacía más que protestar...



Para información de todos, este restaurante es Doña Purita, en el Hotel San Marcos, en Badajoz. No suelo hacer publicidad, pero me siento agradecida...! ¡Gracias!

Quizás no todos los cocineros estén en el mismo saco. Quizás todos los restaurantes tampoco. Pero lo que está claro es que las alergias y las intolerancias aún no son lo suficientemente conocidas por la gente, y en especial los que se dedican a este sector deberían estar mejor informados, o al menos, sensibilizados con estos trastornos, que convierten algo tan necesario y con lo que se disfruta tanto, como es la comida, en un auténtico veneno.


PD: La foto del secreto es de Javier Serrano, artista de fotos de comida del COEX.

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