lunes, 20 de junio de 2011

Arroz "tres delicias" al estilo tailandés Recetas para histaminósicos. Sin gluten, sin huevo, sin lactosa.

Bueno, aquí os dejo una receta de arroz tres delicias al estilo tailandés (sacada de la receta del arroz "Pure jasmín" del carrefur).

Ingredientes (para 4 personas):
  • Medio vaso de arroz.
  • Varias lonchas de jamón de york (Hacendado, sin gluten ni lactosa) cortadas en tiras finas.
  • Tres rodajas de piña.
  • Gambas.
  • Una lata pequeña de guisantes.
  • Brotes de soja.
  • Salsa de soja (Fanya, del CI).
  • Cilantro fresco.
Preparación:
  1. Poner a hervir el arroz.
  2. Sofreír las gambas con un poco de aceite hasta que estén hechas.
  3. Sofreír el jamón de york y los guisantes con un chorreón de salsa de soja.
  4. Cuando todo esté bien hecho, añadir el arroz, junto con la piña y los brotes de soja. si la salsa de soja no es suficiente, añadir un poco más.
  5. Espolvorear con cilantro fresco antes de servir.
¡Y ya está! un plato rico, rico y muy sencillo, para cuando tenemos ganas de saltarnos la rutina.

domingo, 19 de junio de 2011

Recetas para histaminósicos. Sin gluten, sin lactosa. - COOKIES CON PEPITAS DE CHOCOLATE

Esta tarde vi a mis hermanos merendando galletas con mijitas de chocolate y se me antojaron, así que como tenía el horno caliente del pan de nueces, me puse a prepararlas con la ayuda del niño amarillo.


Ingredientes:
-1/2 de taza de azúcar
-1/2 cucharadita de sal
-1 taza de harina de arroz ("Hacendado")
-2 cucharadita de vainillina o azúcar avainillado.
-1 sobre de gasificante Hacendado (con su correspondiente de acidulante, vienen juntos)
-1/2 taza de leche de avellanas ("Die Milk" del CI)
-1/2 taza de aceite
-1 huevo
-Pepitas de chocolate negro "Hacendado" sin gluten ni lactosa.


Preparación:
Mezclar los secos primero, excepto el gasificante (he descubierto que mejor echarlo al final) y las pepitas de chocolate, y añadir los húmedos después, hasta que sea una pasta homogénea. Si queda demasiado líquida, añadir un poco más de harina. Añadir el gasificante cuando el horno esté cerca de la temperatura, y un buen puñado de pepitas.

En una bandeja de horno, cubierta con papel de hornear, repartir las futuras galletas con una manga patelera (las bolsas para congelar de hacendado son perfectas, se vierte la masa dentro y luego se corta un piquito), más o menos separadas. Aunque luego se junten en el horno, porque crecerán un poco, no pasa nada.

Hornear 20-30 min a 150ºC, o hasta que se vean doraditas por los bordes. Apagar antes de que estén hechas del todo para aprovechar el calor residual. Sacar y desmoldar en frío.

Se conservan muy bien en un taper hermético,¡ pero no durarán mucho sin que os las comáis!

sábado, 18 de junio de 2011

TRUFAS DE CHOCOLATE Y LECHE DE COCO - Recetas para histaminósicos. Sin gluten, sin lactosa, sin leche, sin huevo.

Una manera de hacer bombones que podamos comer, sin lactosa, sin cosas raras. ¡Y deliciosos!

La leche de coco le da la grasa que necesitan para coger consistencia, y es muy nutritiva.



Trufas de chocolate y coco (de G&C)
Las trufas de chocolate son un dulce que siempre va bien tener preparado, se conservan bien en el frigorífico, en un recipiente bien cerrado, cuando nuestros amigos o familiares vengan de visita quedarán encantados si acompañando el café, les servimos unas Trufas de chocolate y coco como las que hoy os mostramos. En este caso no destaca en exceso el sabor del coco, deja un leve recuerdo, de esos que invitan a probar más.

Ingredientes
  • 190 gramos leche coco (en Carrefur y en CI la venden en latas)
  • 300 gramos chocolate fondant 70% (carrefur fondant vale, no tiene leche ni proteínas lácteas ni cosas de esas...)
  • 50 gramos coco rallado (Hacendado)
  • 35 gramos azúcar glas.
  • Rebozado: cacao puro en polvo, avellanas picadas tostadas, coco rallado… yo lo he hecho a lo tradicional: cacao puro valor.


Elaboración

1. Pon en un cazo la leche de coco, el coco rallado y el azúcar glas, calienta lentamente y ve troceando el chocolate e incorporándolo poco a poco.

2. Según se va calentando la leche de coco, sin dejar de remover ve añadiendo chocolate, esto ayudará a que la temperatura sea moderada en todo momento, como haríamos con un baño maría (otra opción para hacer este ganache).

3. Una vez fundido vuelve a añadir más chocolate y continúa mezclando y batiendo con espátula de madera o varilla. Cuando hayas añadido la mitad del chocolate y esté totalmente integrado, retira el cazo del fuego e incorpora el resto del chocolate troceado para que se vaya fundiendo con el calor, así conseguimos que el chocolate nunca supere la temperatura que proporcionaría un sabor extraño (el chocolate se quema fácilmente), conserve el brillo y la mezcla se enfríe rápidamente.

4. Vierte el ganaché preparado en una bandeja para que se enfríe y después deja reposar en el frigorífico hasta que tome cuerpo y se puedan formar las bolas. Para ello, puedes ir tomando porciones de la ganache de chocolate y coco con un sacabolas o con una cuchara.

5. Estas trufas las puedes rebozar con cacao puro en polvo, avellanas (u otro fruto seco) tostadas y troceadas, coco rallado… Pon el ingrediente del rebozado elegido en un plato llano, (yo prefiero una taza, que con movimientos circulares se rebozan solas) prepara las cápsulas de papel (opcional) y disponte a formar las trufas. Haz bolas y ve depositándolas en el plato o taza con el ingrediente del rebozado. El cacao en polvo se adhiere muy bien, pero si utilizas otro ingrediente, puede ser conveniente ir rebozándolas a medida que se van formando, pues el calor que las manos ha transferido al ganache ayuda a que la avellana o el coco quede bien adherido, si la trufa se queda al aire sin rebozar, la trufa se seca y el rebozado no se adhiere tan fácilmente.

6. Rebozadas las trufas, colócalas en las cápsulas y a continuación en un recipiente que tenga tapa para conservar en el frigorífico. Ya tienes las Trufas de chocolate y coco preparadas para deleitar a los tuyos o endulzarte el momento del día que elijas.


Nota: las fotos sí son mías. ¡Espero que os gusten!

viernes, 17 de junio de 2011

Mar Rojo. Noviembre de 2010



Uno de los mejores viajes que he hecho nunca. Espero poder volver a viajar pronto...

jueves, 16 de junio de 2011

Efecto perropler. Por tantos días junto a tí.

Desesperaciones de una histaminósica II- Lactoflavina o colorante E-101.

Bueno. Hoy no estoy taaan desesperada como en la anterior entrada, pero estoy un poco cabreada.

Tras la visita a la endocrina, que apenas me escuchó o quiso saber por qué iba a ella, me he hecho los análisis que me ha mandado (que por supuesto han salido normales, qué raaro). Pero para eso me he tenido que tomar un brebaje de esos para que te saquen sangre cada media hora durante toda la mañana y vean lo que hay en tu sangre. Pregunté si tenía gluten o harina. Pregunté si tenía lactosa. Al final la enfermera se trajo el bote y leímos los ingredientes. Colorante naranja E-101. Lactoflavina. Prohibido para mí.

¿Qué habríais hecho vosotros? El papel del análisis pesaba sobre mí como una orden de un general que había que cumplir aunque no estuviera de acuerdo.

Me lo tomé.


Lo acompañé de un fortasec, que cada vez me sientan peor. Sé que me paran todos los mecanismos digestivos y que me paso un par de días con pesadez antes de reanudar las cosas por donde iban, en realidad sólo me hace ganar tiempo, pero ayer por la mañana necesitaba tiempo, para hacerme el análisis y poder llegar a mi casa.

Hoy estoy en cama.

¿Por qué no se tiene en cuenta estas cosas a la hora de fabricar los medicamentos y productos que no se pueden sustituir por nada? porque si encuentro un salchichón con lactosa, o no me lo tomo, o busco otro que no la tenga.

Pero esta vez, no podía buscar un sustituto del brebaje. No lo hay. El colorante no es esencial para el funcionamiento, sólo para que parezca más apetitoso (me pasé toda la mañana intentando no vomitarlo).

Me siento una marginada. Cuando se hacen cosas que tienen que valer para todos, pues tiene que valer para todos.

Cuando me mandan un medicamento y veo "almidón de maíz", "lactosa", a veces puedo sustituirlo por otro, aunque me fastidia un poco.

Pero esto... ponerme peor por una análisis que ha salido normal, que ya me había hecho otras veces y que también han salido normales, sin que la doctora me escuchara (por lo que sospecho que los ha mandado por rutina, no porque tuvieran que ver con mi estado) por todo esto, hoy estoy cabreada y en cama.

miércoles, 15 de junio de 2011

Pelusidad sísmica

El pequeñísimo Pelusísmico explora su entorno el primer día de su estancia con nosotros.

martes, 14 de junio de 2011

Cuaderno ce Campo. El canto de las Hylas meridionalis en Monfragüe. Abril de 2010. Excursión de Vertebrados (Universidad de Granada)

Así sonaba la noche primaveral, bajo una suave lluvia, mientras tratábamos de encontrar el máximo número de anfibios diferentes.



¡Qué bien que nos lo pasamos!

lunes, 13 de junio de 2011

El Salto (La Herradura)

Ha llegado la hora de rememorar viejos tiempos, más de un año después den esta mítica inmersión que fue la prueba de fuego de que puedo bucear tranquilamente, aunque las cosas se pongan un pelín feas.

Estábamos en la Herradura, y habíamos planeado hacer la inmersión conocida por los habituales como "El Salto" porque no se sale desde playa, sino que para entrar en el mar hay que dar un paso de gigante desde una roca algo elevada, un pequeño "salto".

Las vistas desde el acantilado.
Pablo, si pasas por aquí, recuérdame qué punta es esta.

Nos equipamos en lo alto del acantilado, para bajar los equipos de un golpe. Yo llevaba mi gorro de baño puesto bajo el gorro del traje, porque hacía fresquito, y Pabletas no dejaba de llamarme "burbujita de freishené".



La verdad es que el camino para bajar los equipos era un poco impracticable, y tenía más miedo de caerme por el acantilado con botella incluída, que de lo que me esperaba abajo... Era mi octava inmersión... contando con las 5 del curso.



Esta es la piedra desde la que hay que saltar, y un poco más arriba se vislumbra el camino de tierra, resbaloso bajo las suelas de los escarpines y el peso de las botellas. Javi me decía que no era justo que chicos y chicas tuviéramos que cargar con el mismo peso.





El agua estaba helada. Una de las veces que más fría la he sentido, 12,9ºC según mi logbuk. Tuvimos que nadar un buen trecho en superficie para encontrar un lugar con más fondo y más apropiado para empezar el descenso.



JuanDi y Pablo fueron mis parejas (bueno, sí, hicimos un trío, pero no es la primera vez, ¿no? ^^ jeje) de la inmersión. Cuando empecé a bajar me sentí mareada, algo que nunca me ha pasado, porque cuando meto la cabeza debajo del agua es como si me transportara a otro mundo, pero la visibilidad era malísima, y había algo de oleaje. Las gafas se me empezaron a llenar de agua. Eso no es un problema cuando es un poquito, pero cuando se te inundan continuamente de manera que no ves aunque quieras, porque el agua te sobrepasa los ojos, puede ser un poco bastante molesto. Aun así, yo no me quejé y seguimos para adelante.

Buceamos pegados a las piedras, arrastrádonos como reptiles, y a veces íbamos de la mano para no perdernos: no había más de dos metros de visibilidad en los mejores momentos.

Por lo menos vimos un pulpo de muy buen tamaño entre las piedras, que nos miró un segundo antes de espachurrarse en su huequecito y desaparecer. Se puede encontrar un pulpo observando con tranquilidad las rocas: un montoncito de conchas rotas o restos de algún tipo pueden indicar una cueva de algún bicho.



Pero en aquellos momentos no estábamos para mirar si había conchitas rotas o pinzas de cangrejos en algún lugar. Yo empezaba a tiritar de frío y a cansarme un poco de la monotonía de la inmersión, todo el rato vaciándome las gafas. Juandi se paró en una roca para coger unas muestras con su martillito; estábamos a 25 metros, y aquello estaba un poco oscuro y muy, muy frío. Como tardara mucho me iba a terminar de congelar...

Para no helarnos, Pablo y yo nos pusimos a mirar de cerca las piedras, por movernos y hacer algo, y encontramos una bonita ascidia colonial. Ninguno llevábamos cámara, así que tendréis que imaginárosla. Si Pablo tiene alguna, se la pediré para ponerla aquí.

Las gafas siguen inundándose; para vaciarlas, hay que espirar por la nariz al tiempo que se sujetan por el entrecejo y se mira un poco para arriba. El problema es que en esos dos segundos puedes perder el control de tu profundidad y subirte o bajarte demasiado. En ese momento entra el papel de tu pareja (en mi caso de mis parejas) que me agarraban para que no me subiera cada dos por tres.

Cuando llevábamos como veinte o veinticinco minutos de inmersión helada e incómoda, de repente dejé de sentir una aleta. Miré hacia atrás y entre el agua de las gafas vi que se había roto y se había quedado en una roca, cerca de mí. Tiré de Juandi, que ya se había dado cuenta, y quise agarrarme a alguna roca en la pared para que me intentaran arreglar el estropicio. Pepe siempre me daba los materiales más viejos del Cugas, con la de aletas nuevitas que había en el almacén...

Pero parece que Juandi calibró la situación como más grave de lo que pensaba yo, y temiendo que me pusiera nerviosa a 25m de profundidad, con frío, gafas inundadas y sin aleta, decidió que la inmersión había terminado. Le dio la aleta a Pablo; me cogió en brazos y con unos cuantos aletazos subimos hasta los 6m de la parada de seguridad. El agua se volvió un poco más transparente, y la temperatura subió algo, o quizás era la luz del sol, que daba un color más ambarino a las rocas de aquella profundidad. Allí, sentada en un saliente de la roca, sin querer mirar si había espachurrado algún coral, opistobranquio o cualquier otro bicho que pudiera vivir allí, conseguimos arreglar un poco las aletas y esperamos los 3 minutos reglamentarios de seguridad (bueno, nosotros solemos alargarlo a 5, si se puede, para no correr riesgos) antes de subir a la superficie.

El sol, los charranes chillando en las boyas, la pared del acantilado sobre mí y el leve oleaje me recibieron con una agradable sensación. No es por fardar, pero no me puse nerviosa. Sabía que me quedaba aire suficiente, y mientras se pueda respirar, no hay por qué perder la calma.

Juandi aplaudió mis nervios de acero en aquella complicada inmersión, equivalente a 50m en aquellas condiciones, y más al saber que sólo había buceado un par de veces más desde el curso, mientras me remolcaba con un mosquetón hacia el punto de salida del salto. Estaba cansada y helada.



A pesar de todo, y de todo lo que me gusta bucear, me alegraba de haber vuelto a la superficie.

domingo, 12 de junio de 2011

Marruecos II, una experiencia inolvidable. Día 1 (2ª entrega)

Vegetación mediterránea del Rif
Tras un pequeño paseo por la parada botánica obligada en el río Martil, donde los profesores se entusiasmaron hablándonos de de las condiciones excepcionales de temperatura, humedad y aislamiento de aquél lugar y las formaciones vegetales típicas (una mezcla del mediterráneo que habíamos visto en otras excursiones y especies más africanas) pusimos rumbo al Rif, al parque natural de Jebel Bouhachem, donde nos alojaríamos en las casa rurales de una aldea de la montaña en el corazón del parque.

¡La primera orquídea de la expedición! Es una Ophrys apifera.

Cistus albidus, jara blanca
Pasamos por Chefchaouen, el último de los asentamientos de tamaño considerable en nuestro camino, y nos fijamos en su actividad caótica desde el autobús.

Chefchaouen (Xaouen)
Empezamos a subir por las colinas peladas, por caminos sin asfaltar, llenos de baches y estropeados por las últimas lluvias que habían sido algo más fuertes de lo normal. El autobús iba rápido (demasiado para el estado del camino) para luego frenar y ajustarse a curvas imposibles con cierta temeridad.

Los caminos estaban en mal estado debido a las lluvias torrenciales de la primavera
-¿Qué se supone que debe hacer una en estos momentos? -le pregunté al profesor mientras dejábamos atrás el enésimo barranco. Cada vez eran más profundos y el camino estaba en peores condiciones.

-Reza a Alá y no pienses en nada más. Ni mires el precipicio.

Trepamos durante horas por aquellas colinas en la tartana marroquí, que parecía incombustible. No vimos apenas señales de presencia humana; de vez en cuando veíamos a algún hombre tumbado al hastial (como diría el Pajarero) o algún pequeño rebaño de cabras hábilmente conducido por un morito descalzo.

Jaimas en el valle
Vimos un puñado de jaimas en un pequeño asentamiento nómada, pero nada más. A parte de aquello, era como si aquellas enormes extensiones de tierra no fueran de nadie... Me sentí como imagino que se sentirían los colonizadores de América (alguno, supongo que se sentiría así) con kilómetros de tierras vírgenes por explorar por delante. Las colinas cada vez eran más altas y más verdes. En el camino terminamos con lo poco que quedaba de las viandas compradas en Martil y el hambre empezó a apretar.

Tras un rato largo, empezamos a ver algunos árboles dispersos. Los caminos se habían escarpado hasta niveles inimaginables y el calor empezaba a ser agobiante, a pesar de la brisita que entraba por las ventanillas abiertas.


En bus se paró cuando llegamos a un prado por el que corría un riachuelo y en el que dos sapos tenían un momento de intimidad que fastidiamos nosotros los biólogos con nuestras camaritas y nuestra curiosidad.

Parada en las turberas frente a las casas rurales

Amplexus de Bufo bufo, sapo común.
Cogimos las mochilas con la comida y subimos por un camino vallado con tablas y alambres. Unas cabras nos miraron con sus ojos de poseídas; el calor y el hambre empezaban a hacer mella en los ánimos, máxime cuando no sabíamos exactamente hacia dónde íbamos ni si iba a ser muy largo. Todos estábamos deseando sentarnos a la sombra y pegarle un trago a la botella de agua.



Una manada de niños morenos de diferentes edades salieron a recibirnos a la mitad de la subida; les regalamos algunos bolígrafos y chucherías que llevábamos a propósito para ellos (ahora sé que no es aconsejable practicar el limosneo... para el desarrollo de las comunidades no es bueno, pues se acostumbran a esta dinámica y nunca sienten como propios los proyectos, ya que es más fácil esperar el regalito del blanco rico que trabajar por el desarrollo de la comunidad).

Al llegar arriba, nos encontramos con un par de casas bajas pintadas de azul, gallinas sueltas sobre el polvoriento suelo que picoteaba la tierra en busca de algún bichito, y algo que (incongruentemente) me pareció una cochiquera. Claro, así de bote pronto, no caí en la cuenta de que sería bastante difícil encontrar un cerdo hozando por aquellos lares. Pero al ver unas uralitas apiladas, es lo primero que se me vino a la cabeza, ya que en Extremadura es típico verlas así en las fincas de cerdos.


Así que, mientras, nos acercamos un par de personas a investigar. María la Fotógrafa se atrevió incluso a echarle una foto al interior. Porque lo que vimos nos dejó de piedra. Dentro lo que había era un horno. Y una mujer, muy arrugadita, sentada en el suelo, abrigada hasta las cejas, con la puerta cerrada (en la fotografía se ve abierta, era una plancha de corcho) haciendo panes (los redondeles que se atisban en el interior). No fuimos capaces de adivinar por qué, en aquellas condiciones de temperatura (bajo una uralita tostada por el sol, junto a un horno encendido, con varias capas de ropa) ella misma no se había recocido. Cuando la buena mujer salió, por señas le preguntamos si aquellas tortas se comían, y ella se agachó con dificultad, cogió uno de los panes, le limpió las cenizas con un trapo mugroso y nos lo regaló. En otras condiciones no habría ni tocado el pan, pero no quisimos ser desagradecidos con aquella gente que nos iba a acoger. Estaba buenísimo, casi más que el de Martil.

Comimos lo que habíamos llevado desde Granada en el "jardín" de aquella casa, mientras hacíamos los grupos y compartíamos tortilla de patatas y el pan de la señora del horno. Los habitantes de aquella casa no salieron mucho, pero algunos de los muchachinos se prestaron a hacerse una foto. Esta está tomada de sorpresa; la señora asomada a la puerta es la del horno. Atención especial a la cantidad de ropa que lleva. El de la chilaba negra es el patriarca; es como el jefe de la aldea.


Nos dividimos en tres casas, y aquella era una de ellas, en la que se quedó el grueso de profesores y algunos alumnos. Nosotros fuimos a la segunda casa, y al último grupo, le tocó la casa que estaba a media hora de allí (y del autobús, que se quedaba allí aparcado) andando... (nosotros apenas 15 min)

De camino a nuestra casa, vimos que la vegetación del lugar era exuberante; yo estaba esperando ver aparecer un Velocirraptor entre los helechos, casi tan altos como yo, que crecían bajo el bosque de pinos que rodeaba a la "aldea" por llamarla de alguna forma, porque las casas estaban bastante dispersas.



Una pareja de caballitos del diablo sobre los Pteridum aquilinum (helechos de águila)
Al llegar a nuestra casa rural, comprobamos que se trataba de una casa de invitados, donde estaríamos atendidos por una de las mujeres de la casa contigua (seguro que era muchísimo más joven que yo, pero parecía mayor). Nada más llegar, pusieron la mesa y nos sirvieron un té de hierbabuena de bienvenida. El más bueno que yo había tomado en mi vida, con el matojo de hojas de hierbabuena frescas y mucho azúcar (me ha gustado tanto que, desde entonces, cada vez que me pido un té moruno en un bar, pido 4 sobres de azúcar...)

Antes de salir de España, nos recomendaron que no tomáramos más que agua embotellada, o hervida.
En este caso era agua hirviendo así que no debería haber ningún problema
Y luego, a echar la siesta antes de hacer la excursión de la tarde...

La casa tenía dos dormitorios, el salón común y una especie de cuarto de baño a la europea, con taza de vater y todo
Salimos por los alrededores; todos estábamos agotados, así que sólo fue "una vuelta" por las turberas y el bosque de pinos que rodeaban las casas, en pleno corazón del parque de Jebel Bouhachem.

Un señor pastoreaba un rebaño de vacas por el posque

El sendero transcurría por un espeso sotobosque en un alcornocal mediterráneo.
Vimos la vegetación arctoterciaria (antigua, que ha sobrevivido por su aislamiento y sus peculiares condiciones climáticas) y algunas cosas curiosas, como las colmenas artesanas hechas con corcho. Aquello estaba lleno de alcornoques, y por todas partes se veían elementos hechos de su corteza.

Colmena artesana de corcho 
Almacén de láminas de corcho cerca de la aldea.

Encontramos algunas orquídeas, pero la prisa y el cansancio me impidieron tomar nota de nombres y esas cosas que se suelen hacer en estas excursiones. Al menos tengo la foto.

Serapias sp
Erica sp en la turbera

En esta charca-turbera estuvimos un rato intentado identificar unas lagartijas de colores que correteaban alrededor, pero al final no lo conseguimos
Foto de grupo en el alcornocal
Tras la obligada foto de grupo, cogimos el caminito de vuelta. Pero era demasiado tarde; se nos echó la niebla y la oscuridad encima.

La niebla no nos permitía reconocer el camino y se hacía peligroso andar por la turbera

Los guías (padre e hijo; un hijo bastante pequeño para que diera confianza en guiar bien...) se pusieron a discutir el camino más corto, y al final nos dividimos en dos grupos. A duras penas, y en la oscuridad, conseguimos alcanzar la carretera.

(Continuará... En la próxima, la opípara cena de cuscús del Rif y las pintorescas casas en las que nos alojábamos)

sábado, 11 de junio de 2011

Trabajo en grupo. Basado en hechos reales (del mundo real).

El profe entra en la clase, se presenta y ves que se dirige a la pizarra. Coge una tiza, la parte y alza la mano. Trocitos de yeso caen con cada letra, resbalando como una lluvia blanca de estrellas fugaces. La bata blanca se balancea a unos milímetros del encerado cuando, con letras mayúsculas, escribe las temidas palabras.

Yo, personalmente, me echo a temblar cuando veo las palabras mágicas, en cualquier parte. Se me ponen los pelos de punta y me castañetean los dientes; es una de mis peores pesadillas. Todos hemos pasado por la experiencia de tener que presentar un trabajo, unas prácticas o unas memorias en grupo, ya sea en el instituto o en la universidad. Y todos sabemos en qué consiste, y lo que ocurre al final. Nos sabemos la teoría. Hay dos estrategias: o se hace entre todos, a la vez (lo que suele ser poco operativo, sobre todo si el grupo está formado por 12 personas), o se divide el trabajo en partes más o menos equitativas y se junta todo al final.

Siempre hay roles, y cada uno asume el que más le conviene o el que más se ajusta a sus preferencias. Hay alguien que coordina, alguien que revisa, alguien que maqueta y alguien que hace algo de trabajo duro. Y todos lo hacen lo mejor que pueden, a favor del grupo y de ellos mismos. Porque la nota es para todos. Y lo que uno haga influye en la nota de todos. Es una responsabilidad colectiva, todos aportan y reciben en consecuencia.

Pero ¿qué ocurre cuando alguien no asume su parte de responsabilidad? Alguien que hace lo primero que se le ocurre, por ejemplo, copypaste de wikipedia, y no se molesta ni en quitarle los enlaces o los retornos de carro, dejándolo todo bonico. Pues bien, siempre ocurre que, o alguien, un alma caritativa, hace su parte del trabajo, con lo cual ya está haciendo más del que le corresponde (y quizás eso le pase factura), o todos reciben las consecuencias de ese mal trabajo, que con una pizca de esfuerzo podía haberse evitado. Porque todos somos iguales, ¿no?

Todos los profesores te dicen que mandan trabajos en grupo para enseñarnos a repartirnos las responsabilidades, y también las consecuencias, para prepararnos para cuando salgamos al mundo real, trabajemos con gente real y tengamos problemas reales. Y yo me pregunto: ¿en qué mundo hacemos los trabajos los estudiantes? ¿En el de Yupi? Creo que los profesores subestiman el coste de un trabajo en grupo. O no los han sufrido en su carne, o no lo recuerdan.

Vale, hagamos como que un trabajo en grupo sea asimilable a un trabajo real con gente real. Si esto va a ser así, ¿cuando yo trabaje en el mundo real, si un componente de mi equipo no hace lo que le corresponde, yo voy a cobrar menos? ¿Alguien que no hace el huevo se va a quedar con mi salario? ¿O voy a estar esclavizada por estas personas que se rascan los peletes, deslomándome para que me paguen sólo por mi trabajo, y no por el trabajo extra? ¿Seré yo la marginada por hacer lo que se debe hacer, por hacer bien mi trabajo y reclamar lo que es justo? También podría hacer lo mismo que los demás. Pero entonces sería igual que ellos, y no podría quejarme.

Señores profesores, ¿qué se supone que tengo que aprender de ésto? ¿La ley de tonto el último? ¿La del mínimo esfuerzo? ¿Tengo que aprender a dejarme explotar por los que no quieren asumir sus responsabilidades? ¿A ser odiada por la gente a la que le importa todo un rábano? ¿A ser penalizada por dejar las cosas claras y querer que se reconozca mi esfuerzo? ¿Qué conclusiones tengo que sacar? Díganme: ¿qué debería haber aprendido?

Señores que trabajan en el mundo real y lean esto con una sonrisita de complacencia, pensando que ya me enteraré de lo que es bueno cuando entre en el mundo real: estudio y vivo en el mundo real, todas las cosas pasan en el mundo real (¡incluso los trabajos en grupo!), y mi cabreo también es del mundo real.

Firmado: yo (una yo muy cabreada)

viernes, 10 de junio de 2011

Voluntariado ambiental con Cruz Roja "Moviéndonos por los ríos"

El sábado pasado estuve de voluntariado ambiental con Cruz Roja. Fuimos al Guadiana a la altura de Mérida, junto al albergue, y se hizo una recogida de basura entre los asombrados pescadores, que nos miraban pasar como si fuéramos una aparición.

En los voluntariados anteriores de este programa, "Moviéndonos por los ríos", habíamos sido unas 10-15 personas. Pero cuando Mamen me dijo que llegaríamos a las 100, casi me da un patatús.

Salimos temprano. Como La Muy tenía que irse temprano con los Scouts, aproveché el viaje y me di un paseito por las calles fresquitas a las 7 y media de la mañana con la cámara de fotos, los prismáticos y (como no podía ser de otra manera) el taper con pollo al curry a la egipcia en la mochila.

En Cruz Roja sólo había una chica, Laura, con la que empecé a charlar hasta que apareció Mamen y el resto del equipo para cargar los materiales en los transportes.

Al llegar, Mamen me dijo que mi misión era dejar constancia gráfica del evento. Y me encargó también que inscribiera a la gente. A toda la gente.




Al principio, la cosa no fue mal. Aparecieron algunos muchachinos mientras montábamos el chiringuito y llenábamos las mochilas con el agua y la gorra, les pedías el nombre, les dabas la camiseta, y se iban a brujulear esperando a que empezase la animación. Pero cuando llegó el primer autobús, la cosa cambió...


Las señoras mayores te pedían una gorra y una camiseta para su nieto, otra para su nieta, otra para la sobrina, otra para la vecina del quinto... y otra para ellas, por supuesto. El caos organizado que siguió al bus no fue demasiado mortal, pero yo me sentía en un tornado. Al fina también me ayudó M. A., y el Caballero Oscuro cogió la cámara por un rato, para liberarme y documentar la marea humana.



Una vez que todo el mundo tenía su agua, su mochila, su gorra y las respectivas camisetas para sus familiares, Ana, la jefa, reunió a todo el mundo en la explanada y comenzó las explicaciones del programa "Moviéndonos por los ríos". Los de la Confederación Hidrográfica del Guadiana repartieron las bolsas amarillas reglamentarias, y nosotros los pinchos y guantes de látex, y comenzamos nuestro paseo por la orilla del Guadiana, seguidos de cerca por el transporte del Caballero Oscuro.



El paseo matutino fue agradable. Los pescadores nos miraban, algunos perplejos, otros extrañados, y otros no nos miraban y casi nos tropezábamos con sus cañas de fondo si teníamos la mala suerte de pasar cuando iban a cambiar el sedal, o lo que fuese que estuvieran haciendo.



El sol no picaba y la brisa fresquita me hacían pensar en la playa... oh, la playita, ¡qué ganas! Las garzas imperiales (Ardea purpurea), y los martinetes comunes (Nycticorax nycticorax) sobrevolaban continuamente las márgenes, haciéndome admirar la belleza de sus plumajes, que no había visto antes en mis salidas al campo.

Ardea purpurea, garza imperial.


Nycticorax nycticorax, martinete común.


De vez en cuando, en puntos señalados, nos decían que se podían dejar los sacos, para que los camiones pudieran recogerlos en otro momento.

Después de recoger un montonazo de basura (muchos botellones...) nos dirigimos al centro de interpretación de la Fábrica de Luz en el Guadiana. En los alrededores de esta Fábrica de Luz rehabilitada corría el río en un hábitat ripario precioso. Garcillas bueyeras, verdecillos, milanos reales y aguiluchos cenizos de los campos de cultivo adyacentes, oropéndolas, y hasta un martín pescador que se posó a un metro de mí cuando buscaba un bueno lugar para poner los telescopios. Lástima que cuando hice amago de echar mano a la cámara, se diera cuenta y saliera zumbando como un borroncito azul, de rama en rama.


Quisimos hacer un taller de aves riparias, pero se nos hizo tarde y nos dio la hora de comer.. Mientras salía la gente del centro de interpretación, aprovechamos el Caballero Oscuro y yo para amodorrarnos al pie de un eucalipto que sacaba las ramas del suelo como si fueran tentáculos, y que era muy cómodo para echarse una siestecilla.

Repartimos la comida y nos sentamos a comer en los merenderos, a la sombra de los eucaliptos. Todo el mundo con sus bocatas, y yo con mi taper de pollo al curry egipcio (con coco y arroz basmati) y una primera hornada de mis polvorones de chorizo.

Después de comer, se hicieron dos talleres para terminar el día, uno de consumo responsable y separación de basuras, y el otro de análisis de aguas. La gente estuvo bastante participativa a pesar de las horas y el cansancio que ya empezaba a hacer mella en algunos, pero se lo pasaron bien.

Taller de separación de residuos:
era un concurso para ver si sabemos qué va en cada contenedor.


Taller de análisis de aguas:
nos explicaban los diferentes parámetros que se analizan
(turbidez, nitritos, fosfatos, dureza...) para ver su calidad.


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