viernes, 28 de febrero de 2014

Desesperaciones de una histaminósica VIII. There and back again.

Tengo que reconocer que llevo un tiempo postergando este momento. Los últimos meses han sido muy ajetreados, muchas novedades y cambios continuos. Pero hoy decidí que tenía que contaros lo bien que estoy. 

Acabo de releer la última entrada de este tipo que escribí en junio y recordar cómo estaba entonces. Han cambiado mucho las cosas desde ese último mes de clases. Me siento como una esponja de mar a la que meten en una batidora y se vuelve a recomponer (como todo estudiante de zoología sabe) perfectamente.

Esta es una historia de hace mucho tiempo. En esa época los lenguajes eran bastante distintos de los de hoy... (sic El Hobbit)




Bueno, los lenguajes no, pero sí yo. Volví a probar el trigo, después del chasco de Navidades, porque, aunque no lo puse por aquí, tuve que dejarlo de nuevo. En febrero Lizaso me dijo que no probara pan comercial, que me lo hiciera yo con harina de trigo normal para tenerlo todo bien controlado. Usé la panificadora y me salió un pan buenísimo, que no se pasaba ni se ponía chicloso con el paso de los días, y que me hizo pasar buenos momentos. Empecé a comer galletas de canela del Mercadona, que apenas tenían ingredientes, y todavía me sentía bien. Hasta que no me sentí bien. Tras menos de un mes tomando trigo, empecé a dejar de tolerar lácteos, y volví al estado del principio. Así que, con todo el dolor de mi corazón, lo volví a dejar, creo que esta vez, para siempre... 

Un mes después, a mediados de Julio, había expulsado casi todo el gluten de mi cuerpo. Empecé a volver a tolerar lácteos y empecé a sentirme bien de nuevo, desaparecieron las diarreas y los vómitos, y los desmayos y bajadas de tensión. Entregué mi TFM, me puse a preparar mi inminente viaje a Paraguay, y vinieron mis padres a la lectura del TFM y a hacer un poco de turismo por Castilla, pensando en visitar los lugares que habían visto en la serie de Isabel (la Católica). Casi lo conseguí, pero el día que estábamos en el Castillo de Arévalo, de repente me sentí mal.  Bueno, mal no es la palabra. Fatal. Sentía que mis articulaciones chirriaban, y que había algo dentro de mí que no funcionaba. Me picaba la piel. Estaba agotada. Sentía mal cuerpo. Me ardía todo por dentro. Y tras una semana, mi diagnosticaron de mononucleosis y me retrasaron el vuelo a Paraguay. Lo pasé bastante mal, aunque la fiebre no fue muy alta. Me vino bien para preparar más tranquilamente el viaje, aunque es cierto que muchos días no me podía levantar del sofá. Y me ayudó a darme cuenta de quienes eran mis amigos. Porque, del grupo que yo consideraba mis mejores amigos, casi nadie se preocupó por mi salud. Y durante mi odisea por Paraguay no he vuelto a saber tampoco nada de ellos.


De todas maneras, la experiencia de Paraguay ha sido como meterme en una lavadora. Casi literalmente. 

A pesar de ir convaleciente de la mono, y de los problemas propios de viajar al extranjero, y hacerlo sola por primera vez en la vida, resulta que el cambio de aires, (y de país, y de continente) me sentó como la mejor de las medicinas. 

No tuve ni un sólo problema de salud. No tuve problemas para adaptarme al clima (allí era invierno, y es muy parecido al de Badajoz, húmedo, pero nunca menos de 0º), ni a los horarios, y lo más sorprendente es que no tuve ni un solo contratiempo con respecto al agua o las comidas.

Durante los dos primeros meses y pico de mi estancia, mi estado de salud era el mejor que había tenido en años. Ni cansancio, ni diarreas, ni dolores de ningún tipo. Me sentía ligera, elástica.Estaba en forma.

Cuando me quedaba menos de un mes, de repente, empecé de nuevo con diarreas. Pero notaba que eran diferentes. Me di cuenta que sufría de avitaminosis. El último plátano me lo comí el día 5 de noviembre. Y no volvió a llegar más fruta Ynambú, el pueblecito a 20km al que íbamos a hacer la compra. Los apepús (naranjas amargas) que solíamos recolectar al terminar en las redes, se habían acabado en los árboles.

Realmente, mi dieta consistía en mandioca y arroz como hidratos de carbono, carne de vaca casi todos los días, y queso paraguay. A veces disponíamos de pollo, calabacines, pepino... y hacíamos ensaladas de col. Mangos o kiwis cuando había en el super de Hohenau, en las Colonias Unidas. Una vez, cuando estuve en Posadas (Argentina) para renovar mi visado, me traje algunos zapallitos de tronco, como calabacines, pero con forma de calabacitas redondas.

Lago artificial de Yata'í, Pro Cosara.
Reserva San Rafael, Paraguay

Nunca comíamos pescado; allí es un producto lujoso, ya que no hay acceso al mar, y el pescado que suele comprarse es del río Paraná, que está bastante lejos de Itapúa, la provincia donde yo me encontraba. Sólo lo comí el día que llegué a Pro Cosara. Un día, bañándonos en el lago de Yataí con los niños de una convivencia, sacaron un mejillón y me preguntaron que qué era. Cuando le dije que eso se comía, todos me miraron con cara de asco, y me dijeron que los españoles somos muy raros; al decirles que también nos comíamos las gambas, los cangrejos, y el resto de marisco, opinaron que somos depredadores porque nos lo comemos todo. El día que aparecí con una lata de berberechos que había comprado en Posadas (donde también conseguí una lata de garbanzos, cosa que no se conoce en Paraguay) sí que me miraron con verdadero asco...



El problema de la avitaminosis, y su consiguiente malabsorción de grasas, acabó cuando volví a Asunción la última semana y lo primero que hice fue ir al mercado con mi amigo José y comprarme un melón, un par de mangos, un racimo de uvas, y dos kiwis. He aprendido a escuchar a mi cuerpo. Si un día me pide ajo, como ajo. por algo será. El ajo es un fuerte antiparasitario, además de antibiótico. Si me pide fruta, como fruta. Si me pide hidratos de carbono, me esfuerzo por conseguirlos. El cuerpo es sabio.

Los últimos días en el continente americano.
Disfrutando en las Cataratas de Yguazú.


Los cambios han venido al volver a España. La avitaminosis dio sus últimos coletazos antes de Navidades, y desde entonces ando regular. La histaminosis ataca de nuevo. La vitalidad y energía que sentía en San Rafael han desaparecido.

Hay gente que lo achaca a la calidad de los alimentos. Puede ser que en Paraguay hubiera menos conservantes y aditivos. Pero también es verdad que allí hay bastante problema con los agrotóxicos de la soja. Por eso ese argumento no me convence.

Otra opción es que ahora estoy en paro. No tengo un objetivo ilusionante por el que levantarme cada mañana. Todos los días son grises, con la angustia y el cansancio de la no-rutina. Me prostituyo dando clases de estadística a universitarios en una academia por 2€/hora y niño, un sueldo 5 veces menor que el de cualquier limpiadora (y de las baratas). No es por ofender a las limpiadoras, pero para poder enseñar a nivel universitario, hace falta bastante más tiempo, esfuerzo y dinero para mi preparación.

Estoy en Cruzo Roja, y de vez en cuando salgo a algún preventivo. Eso me hace más ilusión. Pero ocurre de higos a brevas.

Y desde la desgracia de febrero, todo ha empeorado. Duermo mal. Vuelven los dolores de cabeza, las contracturas, los retortijones y las diarreas, por supuesto. Las nauseas. Las arcadas sin vómitos. Y ahora he desarrollado una gastritis que tampoco me deja dormir. Sé que todo esto ya sí es producto del estrés, de un estrés que no puedo evitar ni disminuir.

Hoy no cierro con ninguna conclusión, ni con las habituales dudas. Hoy tengo la cabeza en otra parte. En las estrellas.


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