viernes, 13 de marzo de 2009

¡Ya han llegado las golondrinas!

Este fin de semana estuve en una convivencia con los alumnos de ciencias en un albergue en el pequeño pueblecito de Pasarón de la Vera, al norte de Extremadura. En realidad era un curso para formar a la gente como representante, (delegados de clase, representantes en departamentos, claustros, Junta de Facultad). La idea en sí era muy buena, y yo me apunté con ganas de ir al encuentro y pasarlo bien, un fin de semana en la sierra.

El caso es que después de la última charla del sábado por la mañana quedaba casi una hora libre hasta la hora de comer, y a un puñado de biólogos se nos ocurrió irnos a dar una vuelta, porque qué menos estando en uno de los valles de cerezos más impresionantes, aunque éstos aún no estaban en flor. La puerta del albergue tenía echado un candado, y al ir a preguntar al responsable se puso las manos en la cabeza y nos dijo que allí habíamos ido a lo que habíamos ido y que no nos abría.


Y yo me pregunto, ¿a qué habíamos ido? Porque si la respuesta era a hacer un cursillo y a trabajar como cosacos para ganarnos los créditos, yo me habría conformado, aunque seguiría pensando que era desaprovechar una oportunidad. Pero si ése era el objetivo de la convivencia, creo que el botellón hasta las 5 y pico de la mañana y el coche con 'sunrraun' y 'wo' y todo el 'tunin' que tú quieras atronando en la plaza del albergue durante toda la noche anterior me sobraban.

Total, que nosotros, algo extrañados y sorprendidos por aquella conducta, hablamos con otra de las personas encargadas de la organización, quien consiguió que nos dejara ir a dar un paseo. Claro que entre los ires y venires ya casi se nos había acabado el tiempo, así que 10 minutos de campo no es que den para mucho.

Llegó la charla de la tarde y a mi se me caían las babas al mirar por la ventana y ver el valle lleno de rabúos que protestaban y el sol que doraba las copas de los cerezos desnudos y los castaños que coronaban los montes. Así que aproveché que tenía que ir a la farmacia del pueblo para darme un garbeillo. Ay de mí, yo pensaba que estaba más lejos, pero media hora después ya me había vuelto. Hice inventario de lo que había visto. Arrendajos, carboneros y un colirrojo tizón que me observaba curioso desde un alero. Además, ya había llegado las golondrinas, que se paseaban volando bajo por las callejuelas.
Aun así, al día siguiente nos dieron cerca de tres horas para ir al pueblo. Yo cogí en dirección contraria y me puse a subir la montaña. El silencio del valle, por el que apenas circulaban coches, el reclamo de muchas especies distintas de pájaros que, encelados, reclamaban la atención de las hembras, y sobre todo, la soledad y la tranquilidad.

Me encanta poder sentirme en paz, a solas conmigo misma en me
dio del campo. Me puse a trepar por las terrazas de cerezos, persiguiendo un carbonero que apenas me veía mientras cantaba, seguí las pequeñas acequias que regaban los cultivos y empecé a calmar poco a poco mi espíritu revuelto. Subí una detrás de otra todas las terrazas que se me ponían por delante y finalmente llegué al bosquecillo de castaños que coronaban la montaña. Fue entonces cuando me di cuenta de que no llevaba nada de comer, tan sólo la cámara, los prismáticos, (el móvil, pero en silencio) y una vara de castaño a modo de bastón. Y por supuesto, mi sempiterna navaja. No necesito más.

Y mi estómago estaba empezando a autodigerirse después de aqu
ella caminata.

Al poco encontré castañas, que aunque no me hicieran gracia, algo me calmarían. No encontré ni una comestible. Disfruté de las vistas un rato y al poco de
scubrí que no estaba sola: un bando de arrendajos (Garrulus glandarius) me sobrevoló varias veces, chillando como ellos solos, y algo que parecía una pareja de águilas perdiceras (Hieraaetus fasciatus) subiendo una térmica.
Un arrendajo (si, pero la foto no es mía, ya lo sé.
¡Qué le voy a hacer!)

Con esta postal, di la media vuelta y comencé a bajar por el estrecho cauce del regato hasta el fondo del valle, esperando volver pronto.


lunes, 2 de marzo de 2009

Aventuras de Serranito en el Polo (I y II)

DÍA 1: La llegada.
-Vaya, parece que al final me va a ser útil
aquello
que aprendí de Uri Geller


DÍA 2: empieza el trabajo duro.

¡También me gustan los animales vivos!



Cota-K
: Qué bonitos son los jilgueros. ¡Me encantan!

Mugen: ¿Quieres uno?

Cota-K
: ¡Ay, no, qué pena!

Mugen
: No, hombre, vivo...
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